Personas, solo personas

Vivimos en un mundo que está acostumbrado a etiquetarlo todo. Las personas no nos libramos tampoco de ese proceso. Algunas etiquetas pueden ser divertidas o intrascendentes, sin embargo, hay otras que hieren porque, en el fondo y en la superficie, son juicios sobre decisiones que algunas personas han tomado.

Entrar a formar parte de la Vida Religiosa no es una decisión que se tome de la noche a la mañana. Hay un largo proceso de discernimiento y acompañamiento, rodeados de una serie de circunstancias que van a cambiar a lo largo de la vida. Eso es incuestionable.

Algunas veces sucede que la persona, pasado un tiempo, se da cuenta que esa forma de vida que ha elegido para desarrollar su vocación bautismal, no es precisamente la que corresponde a la opción que hizo un buen día. Otras, se ven envueltas en cuestiones de abuso de poder –dentro de la propia congregación u orden- que son insuperables por el daño que causan y es necesario salir de ahí. Tampoco es una decisión rápida ni sencilla. 

En todo caso, sea cual sea el motivo, lo importante es que esas personas son personas, solamente, no delincuentes; son personas, que no abandonan nada, solo que deciden vivir esa vocación recibida en el bautismo desde otro lugar eclesial. 

Tiene que quedarnos claro que no son delincuentes, ni traidores. Ante todo, son personas valientes que afrontan la realidad. Sea la que sea. No son traidores porque, por fidelidad y coherencia, prefieren pasar por lo que algunas personas van a decir -por supuesto, sin saber, sin entender-, que permanecer en una forma de vida que, más bien pronto que tarde, les va a amargar su existencia. También a los de alrededor porque, no podemos olvidar que, si la persona no está bien, nada en su entorno estará bien. No son traidores porque no reniegan de su fe, solo que deciden vivirla en otro espacio y permitiendo que el Reino siga creciendo.

Son cristianos que siguen viviendo como testigos del resucitado en otras realidades, incluso eclesiales. No abandonan nada, solo eligen empezar otra vez, de cero la mayoría de las veces. Y para eso hay que tener valor.

En su mayoría, una buena parte de la Iglesia, no está preparada para admitir esta realidad. Canónicamente no es un proceso complicado. Lo peor es que, en muchas instituciones no se habla de esa posibilidad y porque, por mucha comprensión que se vea, siempre queda un halo de tristeza por la decisión que ha tomado “uno/una de los nuestros/as”.

Hemos encasillado demasiado “la vocación” y le hemos dado un status que, tal vez, pueda parecer excesivo. Porque también son “vocación” las otras formas de vida en la Iglesia y en la vida,

“Colgar los hábitos” no es un drama ni el fin del mundo. Quienes lo hacen, pueden seguir siendo responsables de gran parte de la pastoral de nuestras parroquias y de nuestras diócesis; ser profesores de religión y, tanto varones como mujeres, excelentes padres y madres.

Ahora, en el proceso sinodal que estamos viviendo, hablamos mucho de acoger y escuchar. Pues estaría bien que todos aprendiéramos también a escuchar a acoger, porque es necesario, a quienes han decido vivir su seguimiento a Cristo -que eso es vocación- de otra forma. No hay forma mejor o más completa. Hay posibilidades diferentes, sencillamente.

Escuchar hasta donde quieran decir porque es necesario respetar la privacidad de la persona y, sobre todo, acoger. Acoger significa no etiquetar, no juzgar, no suponer, no chismorrear.

Es necesario aceptar, integrar, ayudar al estilo de Jesús en el evangelio. Si es una responsabilidad colectiva que cada congregación u orden cuide de sus miembros, también es una responsabilidad colectiva que todos -también las congregaciones u órdenes- cuiden de quienes han decido vivir su vocación en situaciones diferentes.

Todos somos responsables de todos. Solo una comunidad que cuida de todos sus miembros, merece ese nombre y, en una comunidad, sus miembros, no deben situar a ninguno en los márgenes o en las propias periferias. Sería muy poco cristiano. Todos somos consagrados por el bautismo. Ese es el gran punto de igualdad en la Iglesia.

Y, si hemos de escuchar y acoger, mucho más cuando alguien ha vivido abusos de poder en su congregación u orden. En ese caso, hay que estar mucho más atentos para evitar cualquier revictimización en forma de comentario, duda, o “etiqueta”. Si todo eso es dañino siempre, en estos casos mucho más.

Ni fracasados, ni traidores, ni delincuentes. Son personas, solo personas que están llamadas a vivir su seguimiento a Cristo en circunstancias diferentes a las que una vez eligieron.

Solo Dios sabe qué hay detrás de muchas de nuestras decisiones. Solo Dios acoge con misericordia y compasión infinitas. Intentemos imitar a Dios. Por amor a nuestros hermanos.

 

Cristina Inogés Sanz

Teóloga

  

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