LA EXPERIENCIA EN LA VIDA CONSAGRADA DE JOSEFINA JARAMILLO

Personalmente pienso que la  vida religiosa es un encuentro con Dios y es un don dado por Él, cuando llama a una persona a la comunidad convocada para vivir la experiencia del encuentro con Cristo como su  salvador, vencedor, santificador actuando en su historia personal y comunitaria.

Esta experiencia hace que las hermanas entre sí formen un solo cuerpo y tiendan a la perfección de su propia  naturaleza donde cada alma no comporta el mismo trabajo espiritual para lograrlo. Humanamente no somos hermanas de sangre, pero sí personas humanas con capacidades e incapacidades, errores y aciertos, con posibles enfermedades físicas y mentales y sin madurez en su personalidad, por eso el trabajo para lograr la perfección de la naturaleza y el alma ha de tener como base el criterio de la oración personal y comunitaria, desde el Evangelio, que hace presente al Espíritu Santo en cada una y le transforma sus incapacidades y debilidades e  imperfecciones en obras de vida eterna.

Los consejos evangélicos de una familia religiosa son un carisma y un don recibido de Dios desde el fundador o la fundadora, y en función de servicio a la sociedad del momento.

Ante la pregunta ¿quién cuida de la vida religiosa y de las vocaciones? Pienso que el primero en estar preocupado es Jesucristo mismo, que llamó a la persona al encuentro para ser su Esposo, y hacer una alianza en fidelidad en que en totalidad la cumplirá Él  mismo, que da la gracia para ser fiel.

Las hermanas consagradas tienen el papel de cuidarse entre sí con hechos concretos, por ejemplo, respetar los horarios de la oración, que nada ni nadie las interrumpa, a menos que sea de fuerza mayor, para cuidar del encuentro con el Autor de la vida, la del hermano y la propia.

¿Qué interferencia hay para cuidar la vida religiosa de cada hermano?

  • El egoísmo
  • Buscar ser útiles y productivos

El egoísmo produce sus consecuencias, como ver al hermano como un rival, como un enemigo,  causa de la perdida de la paz personal y comunitaria, es un engaño, por que  el otro no es la causa de que yo quiera vivir para mí misma, esto es lo que hace el egoísmo personal.

Buscar ser útil, productivo, es buscar ser alguien que se le tenga en cuenta de forma especial, inconscientemente  se busca ser el apoyo en otros. El único apoyo y roca es Dios, y solo su amor recibido en la oración da el poder de amarnos a nosotros mismos  y amar a los otros sin preferencia.

Si cada uno de los miembros de la comunidad, no logra conocerse un poco a sí mismo y es incapaz de caminar en humildad ante Dios, predominará en la convivencia todo lo humano que somos y lo divino que se recibe en la oración se mengua  y diluye.

Aparece todo lo que puede destruir la vida religiosa (y toda vida comunitaria: familiar, de empresa, política…).

¿Qué destruye y no cuida la vida fraterna entre los que han sido llamados a dar el signo VISIBLE de amor y comunión?

El Abuso de Autoridad: por no saber ser líder o acompañante, la autoridad, en este caso la superiora, se vuelve dictatorial, imponiendo que se haga lo que dice, sin  cuestionar y confrontar con lo que  dice el evangelio, la regla de vida, las constituciones.

-Destruye la vida fraterna la obsesión por la igualdad: porque se olvida que cada uno será atendido en la medida de sus necesidades, no mirando que su trabajo sea más o menos productivo que el de otros; admitir con humildad el recibir y el dar, sin esperar la gratificación que lleva a la falsa justicia de que todos somos iguales .

– También destruye el no tolerar las debilidades personales de cada hermano: no consiste en estar de acuerdo con ellas, es saber que cada uno tiene su propio combate de amarse como es y comprender la realidad del otro, cargando con amor el desequilibrio que hay en la convivencia diaria, buscando y facilitando el diálogo y el perdón, la comprensión porque nadie está exento de hacer lo mismo.

-Tampoco ayuda la existencia de personalidades inmaduras psíquicamente, que intentan  que prevalezcan sus criterios, sin admitir que se equivocan, rechazando la corrección fraterna, en la que es preciso la humildad, el diálogo para llegar a conocerse mutuamente.

Mi experiencia en la vida religiosa

Fui aceptada con 30 años en una comunidad religiosa para la formación como postulante, con otras ocho jóvenes y aceptar que te llamaran  la vieja,  por más que la formadora luchara para lograr un trato afable para conmigo, no  lo logró, pero yo tenía claro que tanto  a ellas como a mí, Dios  nos llamaba a su Iglesia, a ellas en su juventud y a mí al atardecer, aunque ya había estado en las misiones  como seglar. Los tres primeros años, uno de postulante y dos de noviciado, no daba signo de ser llamada a la vida religiosa porque según el equipo de formación, excepto  la maestra del noviciado,  pensaba que estaba allí porque no tuve la ocasión de contraer matrimonio.

Antes de decidir si hacía la primera profesión después de tres años, íbamos una semana a casa a vivir con la familia y Dios habló: un hombre cuatro años más joven que yo me llamó y se presentó en casa con la propuesta de que dejara el convento, nos relacionáramos, aunque ya nos conocíamos porque había trabajado en su casa como empleada en servicio y muchas tardes pudimos hablar, por eso algo nos conocíamos y proponía que en seis meses podíamos casarnos.

Mi respuesta fue un rotundo no, porque mi vida llevaba otro rumbo llevado por Dios. Al regresar de la estancia en casa de mi familia, lo dije a mi maestra que respondió diciendo: ese es el signo que estaba esperando para  hacer realidad el sí de hacer mi primera profesión y toma de hábitos.

Siempre de parte de mis superioras hubo respeto para conmigo aunque hubo una excepción para recordarme que perfecto solo Dios. A mi superiora de  ese momento, la encontré buscando entre mis cajones del armario una carta escrita un año atrás, escrita para mí de parte de un seminarista que compartíamos trabajo en la misión y confesaba haberse enamorado y de la que yo había informado a mi superiora anterior, la cual leyó.  Después de que ella la leyera la quemé.

Comprendí que Dios permite que suceda esto dentro de la vida religiosa, para que en libertad vuelva a elegirle a él y comprobar que su amor llena y sacia el corazón para hacer su voluntad, no es la perfección de la vida fraterna el apoyo para el seguimiento a Cristo. Si Dios permite ver los pecados de otras personas es para orar por ellas.

¿Por qué esta superiora buscaba la carta? Porque se acercaba la decisión de si podía hacer profesión de votos perpetuos, que me fueron posponiendo cada año durante tres años. Para mí fue muy triste ver este comportamiento en mi superiora, pero no perdí la paz.

Creo que fue un motivo de dudas el haber entrado mayor con el solo  título de bachiller, porque se planteaba si era útil a la comunidad, una de las causas por las que se posponía mi pertenencia a la comunidad haciendo los votos perpetuos.

Pero Dios habló, durante dos años permitió que mi salario trabajando en el despacho parroquial, fuera nuestro sustento. Lo supe por una de las religiosas de la misma comunidad que escuchó el comentario de que no se esperaban que mi salario sustentara a una comunidad.

Si cuento esto es para mostrar que Dios es muy fiel cuando elige y hace el llamado a estar con Él.

Durante seis años, cada dos años me cambiaban de casa entre ciudades distintas a realizar trabajos sin ningún título que lo respaldara. Yo misma me asombraba de poderlo realizar.

Los trabajos que realizaba, trabajo de auxiliar en un centro de salud del barrio, en la pastoral de las madres solteras, catequesis a jóvenes de confirmación. Al mismo tiempo estudiaba teología a distancia y en vacaciones estudiaba presencial para hacer de maestra de jardín de infancia. Dios potencia al que llama para el apostolado con la fuerza del Espíritu Santo y sus siete dones.

Este tiempo de trasfondo tuvo muchos pecados, tanto personales como de  las hermanas de comunidad, que me hacían replantear mi vocación.

En la oración pedí a Dios que me diera fuerza para irme si tenía que hacerlo, porque cada año no permitían que hiciera los votos perpetuos, ya que era el tiempo después de cinco  años de juniorado.

La superiora de ese momento me dijo: “Yo te daría los votos, pero las hermanas de la comunidad no”. Aunque no tenían ninguna cosa concreta para negarlo, yo sí sabía que el saber  sus pecados y que eran como los míos, de infidelidad en el voto de la castidad, todo esto hizo que una de las religiosas dijera de forma rotunda que si yo permanecía en la comunidad ella se iría a su casa, que ella o yo.

Yo vi como un signo de Dios que allí Él no deseaba que siguiera, y llegó el acontecimiento que me lo confirmó: la invitación de un sacerdote diocesano en España, solicitando mi servicio de formar  parte de un equipo de formación de once jóvenes que estaban en una comunidad de hermanas muy mayores, desde hacía seis meses y que estaban realizando el trabajo de cuidado de enfermos de un hospital fundado por las mismas hermanas.

A la invitación respondí que sí y pude salir de la comunidad porque aún no me habían permitido hacer los votos perpetuos, porque de haberlos hecho no hubiera tenido permiso para retirarme de esa comunidad. Dios lo hace todo bien, vine a la nueva comunidad con la sorpresa de que las once jóvenes que estaban en la casa de formación, no querían ser religiosas, querían solo trabajar y enviar dinero  a sus familias.

Esto lo comuniqué a la madre superiora y rápido las regresaron a su país de origen, quedaron solo cuatro jóvenes.

A los tres meses llegaron otras cinco mujeres entre 25 y 30 años, pero  estando en la casa de formación, querían seguir las mismas costumbres  que tenían  en su país y los fines de semana se escapaban a la discoteca, con la excusa que también allí se evangelizaba y se produjo poco a poco la descomunión como consecuencia del  cambio de objetivos, cuando ya estaban aquí. Consecuencias: mucho sufrimiento por no aprobar este comportamiento y de nuevo la superiora les dio el billete de regreso.

Las aspirantes que estuvieron en este tiempo fueron muy variadas en su personalidad: una de ellas al no aceptar que tenía que regresarse se le manifestó un brote psíquico y no podía caminar, las piernas estaban paralizadas. La superiora, que era enfermera, veía que en la noche en la cama dormida se movían sus piernas normalmente.

Dos de las mujeres que habían venido al convento, las más mayores de edad, eran lesbianas y se consolaban entre ellas, con un poco de descaro ante las demás. Esto estaba bien que saliera a la luz, porque así evitamos que pasaran al noviciado y ser escándalo ante la Iglesia misma.

A los cinco años solicité al obispo de la diócesis hacer votos perpetuos, pero al ser comunidad diocesana, el obispo decidió cerrar la comunidad, porque según su pensamiento toda esta experiencia vocacional había sido una “empresa que fracasó“.

El ver que veía a la Iglesia como una empresa me escandalizó en ese momento. Gracias a Dios, conocía la Iglesia Misionera que no lleva dinero en los bolsillos para evangelizar y vive de la Providencia de Dios, no veo que la misión de la Iglesia sea ser una empresa.

Claro, se había invertido mucho dinero y se había perdido, pero había buenas intenciones de la comunidad de las hermanas mayores que tenían como carisma el cuidado de los enfermos y querían prolongar la existencia de la comunidad.

Estuve casi un año que no podía hacer oración confrontando sola todo lo que había pasado en cinco años.

 Lo único que tenía claro era terminar el último año de enfermería y a la vez trabajaba cuidando una persona mayor en la noche durante la semana, y durante el día y las noches los fines de semana. Dios me dio la vivienda y un sueldo para mis gastos, proveyó siempre según mis necesidades.

Terminado los estudios de enfermería y tras trabajar año y medio en geriatría, se presentó la jubilación de los porteros de la finca donde vivía, y me propusieron como portera y acepté cambiar la enfermería por la portería porque me daba mejor calidad de vida, con horario definido, y permitió que volviera a encontrarme conmigo misma y con una comunidad de seglares.

En la misma parroquia conocí una fraternidad de hermanos carmelitas, donde Dios hizo una alianza conmigo como terciaria, en donación a Jesucristo a través de la práctica de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, que los vivo con la ayuda de Dios y del Espíritu Santo.

Pero como San Pablo dice: “No es que haya conseguido el premio o esté en la meta, yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, porque Cristo Jesús lo obtuvo para mí”. Filipenses 3,12-14.

Apoyada en la fe poco a poco voy conociendo el poder de Dios  y su misericordia. Él ha  vencido en mí la muerte que me causó el pecado, a través de su perdón en el sacramento de la confesión, liberándome de  esclavitudes  afectivas, aceptando las contrariedades de la vida sin maldecir, como poder perdonar a mi padre y pedirle perdón. Convencida de que Dios  me amaba como era, que no me abandona,  y me ayuda a perseverar en el camino de conversión, iluminada por la escucha del Evangelio y la oración. Dios nos ama siempre.

Como un mimo o cariño de parte de Dios para conmigo, me ha permitido visitar a las hermanas   formadoras de mi época, que ya mayores viven en una misma casa, reírnos y recordamos todo lo bueno del tiempo que vivimos en la comunidad, fue de gran alegría para todas.

 Concluyo diciendo que Dios nos ama y nos da su Espíritu Santo, nos reconcilia con Él y con la Iglesia.

Es un Padre que nos da su Cuerpo  y su Sangre, para divinizarnos y ser vencedores de la muerte óntica, la del ser; el poder vencer el egoísmo y perdonar, rezando por los enemigos.

Nos da la sabiduría, discernimiento, PARA SABER  lo que es de Dios y lo que es del maligno, que también existe y va buscando a quien devorar y hacerle su hijo.

Que la Virgen del Carmen nos asista y nos proteja con su manto para prepararnos cada día a recibir a su Hijo Jesucristo en nuestra vida: ¡Marannatha, ven Señor Jesús!

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