Denme la libertad o denme la muerte

¿Hay algo más esencial al ser humano que la libertad?

La vivencia de la libertad, la lucha por ella y la reflexión sobre ella no son exclusivas de la modernidad, están presentes a lo largo de toda la historia.

Grecia, cuna de la filosofía occidental, no ofrece datos sobre la libertad, ni siquiera esta se convierte en un concepto filosófico definido y consolidado. Grecia concibe la acción humana como libre y responsable y en el pensamiento griego podemos encontrar ya planteadas todas las cuestiones acerca de la libertad, aunque no de una manera sistemática o unitaria, expuestas de manera coherente como un tratado.

En Grecia, libertad es un término que pertenece al lenguaje de la polis. El término libertad (eleutheria) se refiere al ciudadano libre, es decir, al hombre que vive en su patria, no está sometido y convive con sus conciudadanos. Isonomía significa igualdad ante la ley, es el concepto de igualdad de derechos civiles y políticos de los ciudadanos, opuesto al ejercicio ilimitado de poder por parte del tirano.

«Partes enteras de la Tierra, África y Oriente, no han poseído nunca esta idea y no la tienen todavía; los griegos y los romanos, Platón y Aristóteles, e incluso los estoicos, tampoco la han tenido; sólo sabían, por el contrario, que el ser humano es efectivamente libre por nacimiento (como ciudadano ateniense, espartano, etc.) o por fuerza de carácter, por educación, por medio de la filosofía (el sabio es libre incluso como esclavo y en cadenas). Esta idea ha venido al mundo por medio del cristianismo, según el cual el individuo en cuanto tal tiene un valor infinito por cuanto siendo él objeto y fin del amor de Dios, está destinado a tener su relación absoluta con Dios en cuanto espíritu y en tener ese espíritu en su interior, esto es, que el ser humano está en sí determinado a la libertad suprema»[1].

La idea de libertad es pues, según Hegel, una aportación propia del cristianismo. Para Hegel el surgimiento histórico de la idea de la libertad, es decir, de la libertad de todos, propia de todo individuo humano, coincide con el surgimiento del concepto de libertad y es la aportación histórica propia del cristianismo. En sus Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, que definen la historia como el camino de progreso en la conciencia y la realización de la libertad, la divide en tres períodos según el modo en que se dé la libertad: 1) Oriente: solo uno es libre, el déspota, todos los demás son esclavos; 2) Grecia: algunos son libres, los ciudadanos de la polis (en ambos casos, las limitaciones de la libertad implican que todavía no ha aparecido la idea de libertad, que por sí misma no puede ser limitada ni concesión externa); 3) con el cristianismo aparece la idea de libertad, precisamente porque cada uno es libre simplemente por ser un individuo humano. Con el cristianismo surge la idea, que como una semilla echada en el interior del hombre tiene que germinar y crecer adquiriendo existencia externa, objetividad, configurando la esfera de la existencia mundana.

Es significativo que los términos libre y libertad sean los usados en el Nuevo Testamento, ya que son los términos propiamente filosóficos. Es significativo porque, como Hegel pondrá de relieve, con el cristianismo surge el concepto de libertad propiamente dicho, ya que con el cristianismo aparece la idea de libertad precisamente porque cada uno es libre por el simple hecho de ser un individuo humano. De modo que solamente a partir de él se da la libertad, no por concesión exterior al individuo, como era en el caso de Grecia, en la que uno era libre en la medida en que era ciudadano de una polis determinada, sino que la posee por el simple hecho de ser individuo humano. Es la aportación histórica del cristianismo.

La valoración del individuo y la introducción de la idea de libertad, es decir, una libertad que no se limita a un grupo o que es concesión externa al individuo, son las coordenadas que hacen posible una nueva valoración del individuo humano dándole carácter personal.

El concepto de persona va ligado al de libertad y es extraño para la filosofía griega. En esta faltaba incluso el término para expresar la personalidad.

El valor absoluto del individuo es un dato de la revelación cristiana. Dicho valor absoluto de cada individuo se afirma ante Dios, porque cada uno es objeto del amor incondicional de Dios y porque Jesús se entregó a la muerte por cada uno (Tim 1, 15; Gál 1,15; 2, 20). Esta idea ha venido al mundo por medio del cristianismo, según el cual el individuo en cuanto tal tiene un valor infinito porque, al ser él objeto y fin del amor de Dios, está destinado a tener su relación absoluta con Dios en cuanto espíritu y a tener ese espíritu en su interior; esto es, el ser humano está en sí determinado a la libertad suprema.

Así vemos cómo los conceptos de libertad y de persona son una de las grandes aportaciones del cristianismo.

Ahora bien, si los conceptos de libertad y de persona son una aportación del cristianismo a la humanidad, ¿cómo se ha llegado en algunos sectores de la Iglesia a no reconocer la libertad de los religiosos?, ¿por qué no se les reconoce su carácter personal?, ¿por qué se les ha quitado su humanidad? Tradicionalmente, se define a un religioso como aquel que quiere llevar el bautismo a sus últimas consecuencias, pero en ningún momento deja de ser humano, es decir, en ningún momento deja de ser persona y deja de ser libre.

Hoy en día estamos viendo cómo proliferan los abusos de autoridad, aunque no solo en las instituciones eclesiásticas, sino en la sociedad en general. Se está trabajando mucho desde algunos sectores de la Iglesia contra los abusos de autoridad, de conciencia y espirituales que se ejercen no solo sobre los consagrados, sino también sobre los seglares.

En la vida religiosa los abusos de autoridad vienen dados por una mala interpretación del voto de obediencia, que genera dinámicas abusivas y desviaciones doctrinales. Si por el bautismo nos convertimos en hijos de Dios, ¿quién ha dicho que por el voto de obediencia el consagrado se convierte en un esclavo? Lo definitorio del hombre tiene que ver con su carácter personal, ser un quién o un alguien y no solo un qué o algo, y esto se aplica igualmente al consagrado. El consagrado es un quién, un alguien, libre, con capacidad de tomar sus propias decisiones de forma adulta.

Lo curioso es que no solo desde dentro el religioso es a veces tratado como un objeto o un pelele en manos del superior. El religioso tropieza con la visión que tiene de él el seglar. En virtud del voto de obediencia, el seglar ve al consagrado como un robot que debe obedecer mecánicamente a su superior, que está reprimido por un montón de normas, que no tiene libertad para decidir. Son curiosas las cosas que un secularizado tiene que oír: «Ahora ya te puedes casar si quieres», «Ya puedes decir todas las palabrotas que te dé la gana», «Ya puedes fumar» y un largo etcétera que hacen sonreír y entristecen a la vez. Hacen sonreír por las ocurrencias que tiene la gente, y entristecen por ver cómo tratan a un religioso como un monigote sin personalidad. El religioso siempre ha sido libre para casarse, para decir palabrotas, para fumar y para todas aquellas cosas que la gente cree que no hace porque está reprimido. Su decisión sobre estas cuestiones es suya, y la toma libremente. Ahora y cuando vivía en comunidad.

Pues esto, que es tan simple, el común de los mortales no lo entiende. El consagrado se topa continuamente con esta mentalidad y esta manera de ser tratado.

Tratado siempre con referencia a otro, y este otro es su superior. A veces en el locutorio, mientras una religiosa habla, el que está al otro lado de la reja echa una mirada furtiva a la priora, una mirada difícil de interpretar: ¿está buscando la aprobación de la priora?, ¿un gesto que confirme lo que la hermana dice? Al verse ninguneada, la religiosa educadamente termina lo que está exponiendo y calla.

En otras ocasiones, es el médico el que anula a la monja. Se deja presionar por el parecer de la priora en lugar de exigir un trato personal con su paciente.

Y cuando llegan los problemas, cuando la religiosa pasa por una crisis, ve con dolor cómo las personas a las que recurre en busca de ayuda lo primero que hacen es preguntar a la priora. No se ve escuchada y atendida de forma personal. Todo su entorno la trata como una marioneta. En algunos casos, hasta sus propios familiares, incluso los más cercanos, padres y hermanos, actúan de la misma manera: primero quieren saber el parecer de la priora, poniendo a su hija o a su hermana en segundo lugar.

¿Dónde quedan los conceptos de libertad y de persona aportados por el cristianismo a la humanidad? ¿Por qué se los arrebatamos a los religiosos? La libertad es para el ser humano algo tan preciado como la misma vida, ¿creen que el religioso no la aprecia de igual modo?

Hortensia López Almán

 

Bibliografía consultada:

Gabriel Amengual. Antropología filosófica. BAC. Madrid 2007.

[1] Notas G.W.F. HEGEL, Enciclopedia de las ciencias filosóficas, § 482.

 

 

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