Empatía hacia las personas secularizadas

Hasta ahora se ha venido considerando a las personas secularizadas como infieles a Dios y a su vocación. La mentalidad reinante hacia ellas en el seno de la Iglesia suele ser la de considerarlas como individuos que de forma culpable abandonan un gran don dado por el mismo Dios, por lo tanto le ofenden gravemente, le han dado la espalda y merecen cualquier castigo. 

Una mentalidad es un conjunto de creencias y costumbres que conforman nuestro  modo de percibir, interpretar, pensar, enjuiciar la realidad y actuar, y puede estar sostenida por una o más personas o grupos de personas. Ahora bien, ¿de dónde proviene esta mentalidad de rechazo hacia el secularizado dentro de la Iglesia católica? Del evangelio no. ¿En qué se basa ese malestar hacia el secularizado siendo que no tiene ningún fundamento en la doctrina de la Iglesia católica? ¿Cuál es el modo de percibir, interpretar y enjuiciar al secularizado y toda su problemática para llegar a repudiarlo? 

Sucede que una mentalidad puede estar tan firmemente establecida que crea un poderoso incentivo dentro de estas personas o grupos para continuar adoptando o aceptando comportamientos anteriores, y es difícil hacer frente a estos comportamientos, a los procesos de toma de decisiones que llevan a ellos y a sus efectos. A menudo, las disposiciones mentales que llevan a estas actitudes cambian muy lentamente durante largos períodos de tiempo. 

Ayudar a comprender la situación de las personas secularizadas es una de las labores de la Asociación Extramuros, pretendiendo así generar un cambio de mentalidad hacia el secularizado, abandonando el rechazo y abrazando la reconciliación con él.

Para intentar dar luz sobre este tema, empiezo por distinguir las tres categorías de personas secularizadas.

  • El que deja la vida consagrada por atravesar graves problemas
  • El que deja la vida consagrada porque descubre que no tiene vocación
  • El que  deja la vida consagrada por tener un mal comportamiento

 

La opinión pública católica suele creer que solo existe el tercer grupo, y en él engloba a los otros dos. Esto sucede porque malinterpreta el comportamiento del secularizado.  Los secularizados tienen una o varias de las siguientes actitudes:

  • Deja de hablar de temas de religión con el entusiasmo que solía 
  • Abandona las prácticas religiosas
  • Muestra síntomas depresivos, tristeza, ansiedad
  • Cae en alguna adicción
  • Tiene pensamientos suicidas
  • Comienza a vivir en pareja
  • Se casa por la Iglesia o por lo civil

 

Todo esto da pie a creer que el secularizado ha abandonado la vida religiosa por un pecado propio, pues, como dice el proverbio, «cuánto más alto se sube, mayor es la caída», y así estos comportamientos «confirman» que el secularizado es alguien que ha abandonado de forma culpable un gran don. Pues el «Para siempre», el SÍ que dio a Dios el día de su consagración de forma definitiva se interpreta como algo estático, sujeto a un edificio y a un modo de vestir. Siendo, muy al contrario, que la relación con Dios es algo dinámico, es una vivencia personal que se debe renovar día a día y pasa por multitud de situaciones.

El rechazo al secularizado se da también cuando se identifica abandonar la vida consagrada con abandonar la Iglesia, nada más lejos de la verdad, pues el secularizado sigue siendo por el bautismo hijo de Dios y de la Iglesia.

El que no conoce la vida religiosa por experiencia, no sabe —y a veces no quiere admitir, debido a la idealización que tiene de ella—  que una persona consagrada puede ser golpeada por un trauma. Admitir esto le desmonta su percepción de todo lo sagrado, de todas sus creencias, le produce inseguridad. Anatematizar a la persona secularizada es la opción que le reporta estabilidad en sus convicciones. 

Las personas que dejan la vida consagrada por verse envueltas en graves problemas, en su mayoría no solo conservan la fe, sino que manifiestan tener vocación y quieren seguir viviendo conforme a ella, en otro estado, en otras circunstancias. Otras abandonan las prácticas religiosas, pues cargan con muchas heridas.

Las que  descubren que no tienen vocación renuncian a la vida consagrada con nobleza y coherencia.

Por último, están aquellas que habiendo recibido de Dios la vocación a la vida consagrada, la abandonan por culpa propia —aunque esto siempre queda en el campo de la conciencia, pues nadie puede afirmar si otro tiene o no vocación y aún menos juzgar la culpabilidad de sus actos.

Este es el comportamiento de ellos, pero ¿cuál es el comportamiento de la Iglesia para con ellos? El evangelio nos enseña a amarnos los unos a los otros, a ser misericordiosos, a no juzgar, a buscar la oveja perdida…

Así vemos cómo la causa del rechazo no está en el comportamiento del secularizado ni tiene fundamento  en las enseñanzas de la Iglesia, su raíz reside en el modo de pensar del que lo repudia.

 

Hortensia López Almán

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